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DOS CARNAVALES VERACRUZANOS

De la columna "Alma grande"

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Ángel Álvaro Peña
2017-02-24  
13:38

Veracruz tiene una urgente necesidad de cambio. Pero no basta cambiar simplemente, sino que ese cambio debe tener dirección. Hay que saber hacia dónde se encaminará el cambio, el estado tiene en los municipios en disputa la célula de esa transformación. De ahí la importancia de las elecciones del 4 de junio en la entidad.


Porque será en el municipio donde cada partido que triunfe el primer domingo de junio, podrá impulsar a su candidato a la gubernatura, ésta sí de seis años, y podrá influir en la selección del abanderado de su organización política hacia la Presidencia de la República.


En este escenario, lo que necesita Veracruz es paz para pensar en la utilidad de su voto a futuro en este proceso electoral, y la tranquilidad para reflexionar acerca de por quién debe votar en este momento histórico.


Es por eso que las descalificaciones entre el gobernador panista, Miguel Ángel Yunes Linares, y el líder nacional del Movimiento Regeneración Nacional, Andrés Manuel López Obrador, parecieran un añejo pleito entre dos jefes de tribus rivales: la del PAN y la de Morena, donde el vencedor se lleva por añadidura, el triunfo electoral.


Nada más equivocado.


Lo que quieren los veracruzanos es paz y armonía. Ya se pelearon seis años contra una autoridad sorda y ciega que los saqueó y los agredió en su patrimonio.


Lo que menos quiere el veracruzano es un pleito callejero. Está demasiado ocupado en remendar la economía familiar como para voltear a ver quién gana en esa bronca de barrio, donde seguramente habrá dos derrotados y no habrá vencedor, porque la gente en lugar de ver la pelea centrará su atención en las propuestas que difunden los otros partidos políticos, mientras el gobierno estatal y Morena se insultan y descalifican.


En lugar de buscar entre sus militantes propuestas que aporten proyectos viables para el desarrollo del estado, uno y otro se exigen pruebas sobre la supuesta conducta corrupta del otro.


Así, lo que hoy vive Veracruz es un doble carnaval, donde la diversión y la competencia electoral van de la mano para entretener y distraer al ciudadano de Veracruz con un espectáculo tradicional, por un lado, y el otro que se agota en un pleito que ha dejado de interesar a todos.


Las elecciones del 4 de junio deben cambiar la historia de Veracruz, darle a la población certeza y armonía y no incertidumbre y más violencia.


López Obrador dijo en Miahuatlán que no asistirá al debate al que convocó Miguel Ángel Yunes Linares, señaló: “No somos iguales y ahora se lo estoy demostrando a ese gobernador”.


Yunes Linares aseguró que militantes de Morena recibían 2.5 millones de pesos para que no dejaran a Coatzacoalcos sin agua.


Y amenazó con exhibir pruebas de sus acusaciones.


Por otra parte, Miguel Ángel Yunes Linares no puede tomar banderas partidistas en su posición de gobernador, porque debe gobernar para todos, y en el caso de Andrés Manuel López Obrador, debe guardar sus insultos para otro lugar y otro tiempo, si quiere mantener el capital electoral que obtuvo su organización en las pasadas elecciones y avanzar en su propuesta política.


En ambos casos, la guerra de insultos la han hecho a un lado los veracruzanos porque están preocupados en saber qué candidatos y qué partido podrán resarcir la economía del estado y la de su familia.


Buscan, como nunca antes, que los candidatos a las presidencias municipales sean congruentes en los hechos con sus discursos y que las promesas de campaña sean lógicas y alcanzables. Quieren políticos que le den prioridad a la población y dejen atrás los intereses personales o de grupo.


Ante esta lamentable situación, el veracruzano que ejerce su derecho al sufragio le tiene sin cuidado un pleito personal, donde, gane quien gane, nada va a cambiar la realidad de la entidad.


En toda democracia los cambios se realizan en las urnas y no en un cuadrilátero de boxeo ni en el callejón de los pleitos.


Veracruz necesita ver hacia adelante y no voltear para observar el resultado de una pelea que terminará igual que como comenzó: sin sentido y sin trascendencia.


Podría decirse que en el pleito personal dos fuerzas políticas se descalifican, y al hacerlo se salen de la competencia electoral para adentrarse en el mundo del pugilismo, donde sólo suele haber derrotados y vencidos… 


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