Alma grande.
Ángel Álvaro Peña.
 

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La deserción como espectáculo
2017-03-10

El PRD parece decirles a sus senadores: de aquí nadie los corre y allá nadie los extraña. Cada renuncia de un senador al PRD es un golpe mediático contra ese partido.


No con ello el PRD deja de ser un partido político ni mucho menos una fuerza importante en el país.


El desgaste mediático contra cualquier partido cuyos legisladores le den la espalda a sus siglas es fuerte y repercute en las simpatías del momento como en las reacciones del electorado en las urnas.


Es por ello que el acto de deserción a un partido político de parte de los legisladores es bien cotizado. Los legisladores del PRD que desertan hoy, se saben candidatos a puestos de elección popular el día de mañana a través de Morena.


Al salir un legislador de un partido, este partido reacciona por lo regular de manera inmediata, y, por lo tanto, visceral, mostrando la derrota sobre un hecho que es aislado. Es decir, no pueden desertar más legisladores de sus filas más allá del número de integrantes.


Por eso la deserción se hace a cuenta gotas, uno por uno, anotando un cañonazo mediático contra el partido que los llevó a vivir del presupuesto. Todo esto en la víspera de las elecciones presidenciales y en medio de una guerra electoral adelantada que empieza a librarse en los medios.


El efecto en los medios de información de la deserción de algún legislador es una noticia que puede tener repercusiones, análisis y cometarios hasta una semana después. Hay información política que se desvanece en el momento mismo en el que se da a conocer.


De esta manera, la salida del PRD del coordinador de su bancada en el Senado, creó expectativas superiores a la de cualquier otra deserción.


Miguel Barbosa se deslindó de su partido, de inmediato la cúpula perredista, lo destituyó como coordinador de la bancada en el Senado; sin embargo, la mayoría de los senadores de su partido remitió un escrito a la mesa directiva del Senado, que encabeza por Pablo Escudero, en la que lo ratifican como su coordinador y demandan no atender las peticiones en contra, derivadas de la resolución del CEN perredista de destituirlo, ya que ello atenta contra la autonomía del grupo parlamentario.


Las presiones contra Barbosa no vienen de los senadores que aglutinan ese grupo, algunos de ellos desertores también del PRD, sino del gobierno capitalino que considera que la salida de los legisladores perredistas afecta la candidatura del actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, hacia la Presidencia de la República.


El PRD es mucho más que su labor política en la ciudad de México, cuenta con gubernaturas, presidencias municipales y espacios que se han convertido en bastiones que difícilmente serán cedidos a otros partidos.


Tenemos el ejemplo, en la propia ciudad de México, de la delegación Iztapalapa, cuya población tiene un gran arraigo con el PRD. De hecho, se habla de que para poder arrebatarle la delegación a ese partido sería necesario dividirla en dos o tres partes.


Así sucede con municipios en el interior del país, donde el PRD, es una fortaleza política con raíces profundas en la sociedad.


La deserción de los legisladores, cualquiera que sea su signo y siglas, es un suceso que de tanto repetirse en estos días, terminará por volverse intrascendente. Desertar habla de la inconsistencia ideológica de quienes son calificados de traidores; otros, aseguran que quien traicionó la ideología del partido, fue su cúpula, desde el momento mismo en que se unieron a la firma del pacto por México.


El pacto por México, en sí mismo, fue un buen intento de unidad, lo que hizo después el gobierno federal con esa unidad fue diferente.


La traición es sólo de quienes abandonan las filas de un partido al que no les interesa transformar, en caso de que sea su directriz lo que les molesta. En este caso no es el supuesto rumbo equivocado de la cúpula partidista, sino el protagonismo de los legisladores que ve en cada una de sus salidas la posibilidad de garantizar un puesto en la estructura del partido al que favorecen con su deserción.


Esta vez sólo debieron renunciar de palabra, nadie mostró un documento donde dejara de pertenecer al PRD, Miguel Barbosa o los senadores que le antecedieron a salirse de ese partido nunca mostraron documento alguno. El discurso es breve y fácil. Deslindarse del partido que los llevó al triunfo electoral y, posteriormente, decir que apoyan a Morena, en lo general y a Andrés Manuel López Obrador en lo personal.


Ellos siguen siendo senadores, con las mismas prerrogativas de siempre, con los beneficios que su puesto les otorga y con la impunidad que el fuero les confiere.


Los senadores, desertores o no, son parte del cuerpo legislativo que pareciera estar dentro de un proceso de renovación permanente y muy ocupado en su sustitución de cuadros. Se va uno a la campaña, lo sustituye otro que puede hacer lo mismo, y la tarea legislativa se asemeja a la de un lento caminar que a veces no concreta su objetivo original, que es el de dar a México certeza en las leyes y leyes a la certeza.


Los legisladores cuando desertan de las filas del partido al que pertenecen no tienen nada que perder. No corren riesgo alguno, es una posición muy cómoda, hacen más alboroto las cúpulas de sus partidos para justificar su salida que ellos mismos en regresar algunas veces a sus filas.


Algunas se van y la cúpula les ofrece dejar las puertas abiertas; otros, se van y la propia dirigencia de su partido tienen un lastre menos en su interior.


Se deserta como parte del juego político que las leyes electorales permiten. El árbitro de las votaciones se limita a legislar sobre el suceder de la jornada electoral, pero no prevé condiciones de los partidos políticos que con el pretexto de que son asuntos internos de su organización impiden que se legisle al respecto, desestabilizando equilibrios políticos que se formaron en las urnas, a través de la voluntad popular.


Es decir, el legislador y el partido político que lo postuló son inseparables a la hora de votar por ellos, pero si una de esas partes se separa, el equilibrio creado por la voluntad popular depositada en la persona y la organización política se rompe.


Para los senadores desertores esta acción representa su continuidad dentro del presupuesto y la permanencia de los reflectores de los medios en su persona. Los mexicanos vemos en las deserciones un espectáculo que no debería repetirse tan continuamente. Habla de la inconsistencia de los políticos y de la fragilidad de nuestro endeble sistema de partidos… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.


 


 


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