Diario Íntimo.
Atticuss Licona.
 

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La vida seguirá
2020-03-27

“Y así le dije con desolada y cristiana bondad: Desnúdate que yo te ayudaré”, escribió el poetazo Efraín Huerta en uno de sus poemínimos, y habré leído y bebido demasiado en mi vida cuando dejen de sorprenderme increíbles piezas literarias como esa. En este desolado y también pequeño periodo de ostracismo social, siento que cada quien se ha ido a la Chacha’s Style sin decir a dónde fue ni cuándo volverá. Dirían mis detractores (los cuales a veces pienso que son apabullantes legiones) que a mí me faltó pararme en lo alto de la mayor palmera de Bataan y, parodiando al General MacArthur, decirles “Me voy, pero volveré”. 


A estas alturas ya tuve un desconecte brutal que si lo vemos de reojo puede ser confundido con un apagón cerebral. Así deberían ser las vacaciones y no esos viajecitos insípidos a Playa del Carmen en los que el usuario no pierde oportunidad de etiquetarse en las redes sociales en alguna foto con el mar de fondo y alzando una copa de vino disfrutando la terraza del algún restaurante francés. Imagínese que escena tan desagradable, sobre todo teniendo a la mano el control remoto de la televisión y una cama que nos quiere tanto. Me desconecté, le decía, y pretendo no levantarme de la cama a menos que algo muy extraordinario suceda o nos ofrezcan la vacuna en un inhalador. ¡Dicen que solo nos falta un temblor! ¡Ja, ja! Haría falta mucho más que un mísero temblor para sacarme de mis aposentos. En estas vacaciones… cof, cof… digo, en este tiempo de home office, recorrí mi reloj biológico y aletargué las pulsaciones para, como debe ser, vegetar a gusto. Al principio hasta iba al baño, pero ahora eso ya me parece una actividad ociosa.


Entiendo que en estas semanas la vida no se detiene del todo y que algunos deben continuar su caminar por ese angostísimo sendero que lleva a la felicidad. Bien hacen pues hay que hacer lo necesario para llevar medianamente la vida, para ellos mi abrazo solidario. En mi caso, gracias a mi increíble sagacidad, he logrado quedarme en casa la mayor parte del tiempo, sólo comenzaré a preocuparme cuando activistas de Greenpeace se planten bajo mi balcón sosteniendo mantas. Entre salven a las ballenas y adopte un árbol, espero que también les quedó tiempo para iniciar una lucha por éste su charro negro que ya parece manatí varado y que se está mimetizando con las sábanas. ¡Me las tendrán que despegar con agua tibia!


Aunado a esos lapsos de hibernación, también he hecho otros deberes como leer y escribir. Sin embargo me doy cuenta que ni he leído todo lo que quiero, ni he escrito todo lo que aspiro, ni he dormido todo lo que debo, ni he vegetado todo lo que ansío. Esta vida, de por sí difícil y complicada, tiene tantos vericuetos que no nos deja suficiente tiempo para lo indispensable. Nos hemos conformado con la lacónica frase de “lo importante es que hay salud”, porque la sociedad azteca está tan agobiada que ya no puede aspirar a nada más. Apenas hace unos días nos revirtieron el gasolinazo, término que por sí solo debería ser aterrador, y las cuentas de la Reforma Energética que Peña Nieto dejó con la inocente consigna de “el de atrás paga” apenas están saliendo, y aun así, pese a ser buenas noticias, no podemos digerirlas con el especial regocijo que nos hace abrir la bocota y enseñar la dentadura. ¿Sonreír? Ya habrá tiempo. Por el momento temas como esos al parecer “nobody cares”. 


Caigo en la cuenta que llevo casi un mes viendo a López Dóriga y, contra mi aprehensión tradicional que me hace ponerme violento si algún integrante de mi familia osa tomar el control remoto y cambiar de canal para ponerse a ver la mejor forma de decorar cupcakes, descubro que la vida sigue aunque le cambien; “como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”, diría el otro Joaquín, Joaquinito, Sabina.


Agradezco a aquellos que se han tomado la molestia de enviarme un mensajito en este periodo que los mexicanos nos estamos tomando a la malagueña, preocupados por la perenne posibilidad de que caiga un servidor víctima de algún latigazo de la mala suerte que no se cansa de seguirme. 


Ya habrá tiempo. Todo pasará. Terminarán las tareas virtuales de los hijos y los habremos de devolver a las escuelas emplayados y con un post-it que advierta “darle abuita, un banano de vez en cuando, y no devolver hasta que se gradúe de la universidad”. Así será, tengo fe. Se nos acabará el home office y volveremos a la normalidad, y entonces sí, le preguntaré: ¿Cuál es el plan? ¿Qué se va a hacer? Y se lo preguntaré, créame, con desolada y cristiana bondad.


@AtticussLicona

 
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