Mientras la Fiscalía General de la República persigue científicos y académicos, uno de los personajes emblemáticos de la corrupción en el sexenio peñanietista cena a todo lujo y a la vista de todos. Es una inmoralidad, dijo el presidente López Obrador, y vaya que lo es.
Si Emilio Lozoya, con todo y las carpetas de investigación abiertas en su contra se la pasa tan campante sin que, hasta ahora, se haya decidido la FGR a proceder penalmente en su contra, ni por casualidad puede pensarse que se reparará el daño causado al erario, que es decir a los recursos de todos los mexicanos.
Este episodio de la exhibición del ex director de Pemex con su tren de vida habitual, pese al discurso estridente del actual gobierno del combate a la corrupción, es la confirmación para muchos de la solidez del pacto de impunidad entre el presidente López Obrador y su antecesor Enrique Peña Nieto.
Pues con todo y las evidencias y expedientes que pueden armarse para imputar responsabilidades penales a muchos de quienes fueron altos funcionarios del sexenio anterior y que públicamente han sido señalados de haber incurrido en el saqueo y en sonados casos de corrupción, no hay voluntad para hacerlo.
Mejor se guardan esas cartas para apretar en lo oscurito y doblegar a los hoy legisladores priistas para que avancen sin chistar todas las iniciativas del presidente.
Esa es la realpolitik, más allá de discursos, Lozoyas y atole con el dedo.
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