El primero, lograr un jugoso convenio informativo con el Gobierno de Veracruz; el segundo, presentar una propuesta de venta de seguro a través de la propia Televisa, que hoy ofrece —además de noticias y telenovelas— una gama de servicios que incluyen desde seguros hasta estrategias de comunicación integral. Un conglomerado que no distingue entre periodismo y negocio, sino que los mezcla para maximizar beneficios.
Al no haberse concretado ningún acuerdo, vino el golpe mediático. El clásico “guadañazo” al estilo Televisa: construir una narrativa negativa, orquestar una pregunta con sesgo y provocar la reacción esperada para luego transmitirla con dramatismo, como si fuera el descubrimiento del siglo. Así opera la vieja escuela del poder mediático, aquella que aprendió que la mejor forma de negociar es presionando desde el micrófono.
Y no sería la primera vez que Televisa intenta usar el chantaje mediático como método de presión. Basta recordar el episodio ocurrido durante la campaña a la gubernatura de Rocío Nahle, cuando el propio presidente Andrés Manuel López Obrador reveló públicamente que dicha televisora pretendió extorsionarla exigiendo 200 millones de pesos a cambio de no difundir en sus noticieros un documental tendencioso sobre la refinería de Dos Bocas. El intento fue burdo y desesperado, pero también revelador del tipo de prácticas que aún perviven en algunos medios tradicionales, más interesados en el negocio que en la verdad.
Hasta en eso quedaron en evidencia: el famoso documental fue tan pobre, tan falto de rigor y tan evidentemente sesgado, que terminó siendo un boomerang contra quienes lo produjeron. La audiencia, cada vez más crítica y menos dependiente de la televisión abierta, no cayó en la trampa. Y lo que pretendía ser una ofensiva política se convirtió en una muestra más de la decadencia de un modelo mediático que ya no domina el relato nacional.
Pero los tiempos han cambiado. Veracruz no es ya la plaza fácil que fue para los consorcios que pretendían obtener contratos disfrazados de convenios periodísticos. Lo que no calculan los ejecutivos de Televisa es que aquí también hay memoria, y que sus prácticas pueden exhibirse con la misma crudeza con que ellos intentan acorralar a los gobernantes.
Televisa se olvida de que la sociedad ya no compra sus relatos con la misma fe ciega de antes. Hoy, su intento de disfrazar negocios bajo el manto del periodismo solo confirma su verdadera vocación: la de ser, ante todo, un negocio que vende tanto historias como influencias.
Al tiempo.
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