La ironía es que el gobierno que presume ser el más “democrático” y “cercano al pueblo” recurre a las mismas prácticas de intimidación que antes criticaba: campañas de desprestigio, vallas metálicas, granaderos y advertencias veladas contra quienes se atrevan a disentir y a protestar. La “transformación” que se convierte en una caricatura grotesca cuando la participación ciudadana se tolera solamente si es para aplaudir.
Pero la estrategia les está saliendo al revés. Lejos de inhibir la participación, el intento de estigmatizar a jóvenes y no tan jóvenes dispuestos a ejercer su derecho de manifestación ha encendido aún más su determinación. A diferencia de otras épocas, no se depende de los viejos medios ni de los canales tradicionales del poder. La organización se da en segundos, se verifica información y se desmontan narrativas oficiales con la misma velocidad con la que el gobierno las emite.
Lo que más inquieta al poder no es la marcha en sí, sino lo que representa: una ruptura simbólica y política con la idea de que el gobierno “del pueblo” conserva invariablemente el respaldo de los más jóvenes. La narrativa del “no pasa nada” se estrella contra la realidad de una movilización que crece, precisamente, porque el gobierno se niega a escucharla. Y lejos de mostrar sensibilidad o apertura, la administración de Sheinbaum responde endureciendo el discurso.
¿A qué le teme el gobierno? Tal vez a que esta marcha sea la primera señal visible de que la legitimidad no se hereda ni se sostiene con propaganda, sino con
resultados. Más allá de sus motivaciones iniciales, la marcha de la “Generación Z” se ha convertido en una suerte de termómetro político del momento: muestra que el discurso oficial ya no convence a todos y que la juventud –a la que subestiman y ningunean señalando que nada tiene que ver con la movilización- no está dispuesta a callarse.
¿Que hay partidos e intereses que buscan “colgarse” de la convocatoria a marchar este sábado? Sin duda. Los morenistas –cuando eran perredistas- se colgaron una y otra vez de cuanta desgracia sucedía en el país y de la movilización social que se armaba en consecuencia para reclamar la negligencia del gobierno. Tal como está sucediendo ahora. Y porque saben a lo que eso puede llevar, es que intentan desactivar la organización ciudadana autónoma.
Sheinbaum tendría que reconocer que hay un sector social que exige ser escuchado y que la inseguridad, la violencia y la corrupción están lejos de haber sido controladas y mucho menos erradicadas. Pero si insiste en responder con campañas de lodo, lo único que logrará será confirmar que la protesta es más legítima que nunca.
Y que no será la última.
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