En paralelo, Nahle impulsa en Veracruz un perfil que encaja en la nueva arquitectura institucional que busca construir: institucional, profesional, conocedora del entramado legal y leal a su proyecto político. Lisbeth Aurelia Jiménez Aguirre no es una figura estridente. Su bajo perfil ha sido su sello y, a la vez, su mayor fortaleza dentro del círculo cercano de la mandataria estatal.
En tiempos donde la exposición desgasta y la confrontación gratuita se vuelve un lastre, la discreción se convierte en virtud. La futura fiscal ha demostrado disciplina, prudencia y una capacidad poco común para operar sin protagonismos. Ese estilo aporta estabilidad a una institución históricamente marcada por la politización y por disputas internas que, durante años, complicaron la procuración de justicia en Veracruz.
Quienes intentaron etiquetarla como cercana al impresentable defensor de la llamada “negritud jarocha” -él nada famoso Eric Patrocinio Cisneros Burgos- se quedaron sin argumentos. El tiempo puso las cosas en su sitio: Jiménez Aguirre no solo se deslindó en los hechos, sino que acreditó compromiso institucional y lealtad a la gobernadora.
Una lealtad entendida no como sumisión, sino como claridad de rumbo en un proyecto que necesita cohesión para enfrentar el reto mayor: pacificar al estado y fortalecer el orden jurídico.
Así como Sheinbaum busca recomponer la justicia a nivel nacional con una figura en la que confía plenamente, Nahle apuesta por un nombramiento que acompañe su proyecto con firmeza, carácter y técnica. No es coincidencia: ambas entienden que sin justicia no hay gobernabilidad, y sin gobernabilidad no hay transformación posible.
Al tiempo.
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