Existe un desencanto que se traduce en abandono institucional: cuando falta supervisión, comunicación, rendición de cuentas, el alcalde o alcaldesa se transforma en señal visible del desgaste de representación.
Y aquí lo más grave: la ciudadanía pierde interlocutor y vigía, mientras que el presupuesto sigue circulando sin control visible.
De este modo, Xalapa aparece como la excepción que “aguantó”, mientras los otros municipios optaron por el mutismo administrativo. Pero el mérito de “estar presente” no es suficiente: la obligación sigue siendo transparentar lo hecho, justificar los costos y abrir espacio al escrutinio público.
Reflexión final: la cercanía política no es mérito, es requisito.
El acto de gobernar —y lo digo desde la experiencia de décadas observando y criticando la escena política veracruzana— no consiste únicamente en acumular placas de inauguración. Fotos y videos en las benditas redes sociales. Gobernar exige presencia cotidiana, rendición de cuentas clara, planificación de largo plazo y sensibilidad ante los rezagos.
Cuando los demás municipios optan por el silencio y por dejar de “ganar puntos” rumbo al fin de la gestión, la capital se levanta como un oasis de obra, sí, pero también como un ejemplo muy modesto de lo que debería ser la normalidad. ¿Por qué, preguntemos, la excepción en lugar del estándar? ¿Por qué la mayoría opta por la salida silenciosa en lugar de la entrega visible?
El ciudadano, a final de cuentas, demanda esto: que el gobierno municipal no solo esté, sino que se note, que cumpla y que informe. Y esa exigencia es aún más válida en un estado como Veracruz, que necesita ver más que promesas, necesita ver instituciones que funcionen sin importar el ciclo electoral.
Así lo dejo: la obra visible es buena, pero la institución que no descansa, que rinde cuentas y que no se esconde… esa es la obra verdadera. |