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Job Hernández
 

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Pandemia, crisis y regulación económica
2021-08-16

Estamos viviendo una situación inédita en muchos sentidos. De entrada, a raíz de la pandemia sufrimos la cuarta peor crisis en la historia del capitalismo y la más extensa, verdaderamente planetaria, por el número de países afectados. En ese contexto hemos podido observar fenómenos económicos por demás curiosos como la caída de los precios del petróleo hasta niveles negativos, la absoluta preferencia por la liquidez derivada de la falta de perspectivas favorables de futuro, o el retorno al intervencionismo estatal y a medidas de política económica desdeñadas en los últimos cuarenta años. En la orden del día están el rescate financiero de las empresas, los paquetes millonarios de ayuda activados por los países centrales y la disminución de las tasas de interés por parte de las autoridades monetarias de las principales economías.


A contracorriente de las visiones apocalípticas de izquierda y derecha, no se trata del fin del mundo ni del derrumbe del capitalismo entendido como un declive catastrófico y repentino del orden social vigente. En todo caso, asistimos a


un punto de inflexión al interior de una trayectoria de declinación que está siendo larga y muy contradictoria. Esto porque el capitalismo está demostrando una gran resiliencia ante los factores disolventes y las situaciones traumáticas derivadas de la pandemia, además de una fuerte capacidad de maniobra para aprovechar las oportunidades abiertas con la crisis. La coyuntura propició ganancias fabulosas para los más ricos y la concentración acelerada de la propiedad debido a la ruina de los capitales más débiles, al mismo tiempo que el deterioro de la posición de fuerza de la clase trabajadora obligada a confinarse, entre otros muchos factores que no han hecho sino reforzar las cadenas de la dominación capitalista.


Las contradicciones se están manifestando de forma más concreta y puntual. La economía capitalista mostró signos de una recuperación rápida y vigorosa, es cierto, pero en medio de un panorama marcado por el incremento del déficit público y de los niveles de endeudamiento, el desempleo masivo y una espiral inflacionaria que prendió los focos rojos de los gerentes de la aldea global. Estas dificultades se tradujeron, políticamente hablando, en un clima profundamente agitado. En diversos puntos del planeta aparecieron multitudinarios estallidos sociales que son producto directo de la economía post-pandémica: Estados Unidos, Colombia y la India fueron tres expresiones


destacadas en este sentido. Pero una buena parte de la movilización tiene el sabor amargo del neofascismo encarnado en el movimiento negacionista y antivacuna que se ampara, de forma clásica, en una reivindicación extrema de la libertad individual.


Noobstante, la crisis también abrió oportunidades que se pueden aprovechar en un sentido progresista. Destacadamente ha generado un reposicionamiento del estado en tanto rector de la economía y una reaparición de las políticas de bienestar (renta universal, impuestos a los súper ricos, programas de ayuda, etc.).


En México, por ejemplo, el rebote inflacionario abrió la oportunidad de superar las políticas estrechamente monetarias al respecto y establecer un método heterodoxo que se basa en la intervención directa del Estado en el mercado, específicamente en sectores clave como el enérgico, donde el gobierno de la Cuarta Transformación se propone detener la escalada de precios mediante dos iniciativas: una red de cooperativas comunitarias para el abastecimiento de gasolina al menudeo y una empresa estatal dedicada a la venta de gas al consumidor final. La pandemia nos trajo la necesidad de una regulación más racional de la economía. Y eso no es poca cosa.


*Economista, latinoamericanista y asesor parlamentario

 
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