La primera es el afán premiatorio de Uriel Rosas, que ha tomado como fuente de vida y de sustentación el otorgar anualmente una sustanciosa cantidad de galardones a casi todos los que ejercen el noble oficio de informar. Después de 30 años de sobrevivir con sus galas y/o comelitonas del 7 de junio -muchas de ellas abundantemente sufragadas por políticos ingenuos pero dadivosos-, Uriel ha logrado que los chicos de la prensa tengan en su casa, ya colgado o ya olvidado en un rincón, uno de sus estentóreos diplomas. Llegó el caso de un reconocido director que le solicitó no le diera más colgandijos porque ya no tenía donde ponerlos en las paredes de su domicilio.
La segunda razón por la que todos los reporteros de Veracruz son premios de periodismo, es porque todos los días exponen su humanidad y hasta su vida a cambio de sueldos miserables, de la malquerencia de los funcionarios, de la violencia de las policías, de la amenaza de los criminales.
El periodismo es la profesión peor pagada y la más peligrosa en México… pero algo tiene que no deja de haber mujeres y hombres que toman ese difícil camino de vida y hacen de él una profesión de fe. Después de jornadas agotadoras y de luchar por su supervivencia, la reportera y el reportero llegan a su casa con un enorme cansancio, con unos pocos mendrugos, pero con la enorme satisfacción de haber contado de la mejor manera las cosas importantes que suceden en ese mundo que se les volvió en contra.
El lector que nos lee y que nos cree, es el que otorga el mejor premio de periodismo, y no es uno nacional, sino mundial… universal.
Por eso todos merecen el mayor galardón, por eso todos son premios nacionales de periodismo, hasta los reporteros verdaderos que han sido premiados por Uriel.
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